jueves, 19 de mayo de 2016

EL HOMBRE Y LA CARACOLA

Sueño un mar ofuscado por tu adiós
temblores y sueños de arena,
corren lentamente por mi sal
inunando las venas y mi sed.


Te quise del cielo sobre los peces
aquellos que suspiraban tu amor,
cuando fervientes te buscaban
en el fondo del mar.


Tu sonido llenó mi piel
adormecida por tu luz,
dulce perla anidada
descansando de tu andar.


Núnca pude saber
si fue ausencia
o yo partí
aquel atardecer.


Puerto testigo de mi placer
arrullarte era mi único bien,
sobre el muelle te acuné
y en tu blanco me dormí.


¡Oh! Dulce caracola
tu música dejé partir,
lo más profundo en tí sentí
deseo, pena y amor.


Pero tu nácar no pudo deslucir
ni tu canto pudo quebrar,
aquella voz que escuche
el viento traía del mar.


Pequeños cascabeles de Hadas
sonaron y embelezaron,
grandeza divina ¡Oh! reina mía
ahí supe que te iba a abandonar.


Más bien por cosquilleo
el corazón volvió a funcionar
me había perdido a mí mismo
tu música deslucía ya.


De la cual no podía escapar más
tu calcáreo cuerpo que eones acaricié
y con furia princesa mía, al mar te arrojé
no hay más caracola, que vuelva a querer.


Una sirena en la playa encontré,
era de ella su canto, del cual me enamoré
supe al momento que yo me iba a morir
con señas me fuí acercando temeroso.


De que quiera correr, pero no tenía piernas
solo una gran cola de pez,
flotando en vapores de la mente
entre caricias y besos, me desmayé.


Al fondo me iba arrastrando
que fea sensación,
de haberte abandonado
caracola del corazón.


Y así fue mi suerte aquel día,
mientras al fondo iba llegando,
dejarte por una sirena
que no tenía corazón.


Más vi en mi camino, el nacar de tu piel
con cariño te tomé en mis brazos,
te juré amor eterno
y en ese instante me ahogué.